25 nov 2010

VAN EYCK la ciudad como zona de juego

En 1947, Van Eyck construye su primera zona de juego en Bertelmanplein. Le siguieron varios cientos más, en un experimento espacial que ha marcado (de manera positiva) la infancia de toda una generación crecida en Ámsterdam. Aunque hoy la mayoría han desaparecido, se han extinguido o han caído en el olvido, estas zonas de juego representan una de las intervenciones arquitectónicas más emblemáticas de un momento crucial: el paso desde la organización jerárquica del espacio defendida por los modernos arquitectos funcionalistas a una arquitectura «de abajo a arriba» que tenía por objeto dotar, literalmente, de espacio a la imaginación.


 

La perspectiva del espacio urbano que Van Eyck desarrolló a través de sus zonas de juego le llevaría a convertirse en uno de los críticos más severos de la tendencia funcionalista que había predominado hasta entonces dentro del movimiento del CIAM. Cuando en 1953 se formó un grupo crítico de jóvenes arquitectos en el seno del CIAM Van Eyck fue uno de sus miembros más destacados. «El funcionalismo ha matado la creatividad», declaró en un artículo publicado en la revista holandesa Forum. «Conduce a una fría tecnocracia en la que el aspecto humano es ignorado. Un edificio es más que la suma de sus funciones: la arquitectura tiene que facilitar la actividad humana y promover la interacción social».

 
Distintos elementos de las zonas de juego representaban una ruptura con el pasado. En primer lugar y ante todo, las zonas de juego proponían una concepción distinta del espacio. Van Eyck diseñó conscientemente el equipamiento de manera muy minimalista para estimular la imaginación de sus usuarios: los niños. El objetivo era que pudieran apropiarse del espacio dejando las interpretaciones abiertas. El segundo aspecto es su carácter modular: los elementos básicos (cajones de arena, barras para dar volteretas, piedras pasaderas, toboganes y jaulas hemisféricas) podían recombinarse de manera infinita en diferentes composiciones policéntricas, en función de las necesidades particulares de cada sitio. El tercer aspecto es la relación con el entorno; la naturaleza intermedia o intersticial de las zonas de juego. Su diseño buscaba la interacción con el tejido urbano colindante. La temporalidad de la intervención formaba parte de esta naturaleza «intermedia», recreando el espacio a través de una adaptación escalar frente al enfoque de tabula rasa del modernismo, en el que los diseños tenían una autonomía propia basada en datos abstractos y estadísticas. Por supuesto, el uso de parcelas vacías fue también una solución táctica. Debido a que el Servicio de Preparación de Obras del Departamento de Desarrollo Urbano, en colaboración con las asociaciones locales, quería que todos los barrios tuvieran su propia zona de juego, éstas debieron ubicarse a menudo en terrenos abandonados y en desuso.


Las zonas de juego de Aldo van Eyck no eran intervenciones arquitectónicas aisladas. En cierto modo, la zona de juego es una poderosa síntesis, una destilación de algunos de los motivos más interesantes que resonaron en las últimas vanguardias en ese asombroso período de tiempo en el que el modernismo estaba siendo duramente criticado, pero el desencanto general de la era postmoderna todavía no estaba a la vista. En sí misma, una zona de juego parece una empresa dulce y exenta de controversia, pero en aquella época sirvió como punto de condensación de la crítica cultural.

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