22 dic 2010

HÍBRIDOS

En la búsqueda de modelos capaces de economizar recursos, los Edificios Híbridos y sobre todo aquellos con uso residencial, son especímenes de oportunidad que incluyen en su código el gen de la mixicidad, imprescindible para adaptarse al signo de los tiempos. Sin embargo, esta condición mixta les hace equívocamente parecidos a otro modelo surgido de las vanguardias, que a primera vista puede considerarse como su precursor, cuando es todo lo contrario. Se trata del Condensador Social.

En el primer estudio realizado sobre los híbridos, Joseph Fenton establece que surgieron en el primer cuarto del siglo XX, con el fin de revitalizar las ciudades americanas y rentabilizar la ocupación del suelo. De manera simultánea, el movimiento constructivista da a luz el condensador social. Fue descrito por Moisei Ginzburg como un edificio diseñado para transformar las relaciones entre los hombres en los tres ámbitos del nuevo estado socialista: la vivienda colectiva, el club y fábrica.

Ambos son hijos del periodo de vanguardias, cuando los acontecimientos históricos propiciaron una tabla rasa fecunda en nuevos planteamientos. El condensador se desarrolla en la recién creada Unión Soviética, donde la disponibilidad del suelo era absoluta y la necesidad de vivienda acuciante. Una oportunidad de experimentación que los arquitectos constructivistas encuadrados en la OSA (Asociación de Arquitectos Contemporáneos), no dudaron en aprovechar.

El diseño de las circulaciones consideraba a los flujos, por primera vez, como oportunidades para el evento y la socialización. La colectivización de la mayoría de las funciones domésticas facilitaba la incorporación de la mujer a la vida pública, a costa, entre otros efectos colaterales, de soportar la vigilancia mutua y reforzar el control comunitario. La reducción de la intimidad al espacio del dormitorio era una buena manera de aventar los convencionalismos burgueses.

El condensador social nace, por tanto, del vientre del Estado soviético, mientras el híbrido, es una criatura que sale de la entraña del sistema capitalista. Es el resultado mercantil de una suma de intereses privados y de una resta de condicionantes urbanos. La especulación y la rentabilidad fueron sus progenitores; la ciudad americana, su jardín de infancia. Mientras el condensador era la concreción de una ideología e incluso una loa a la arquitectura, la historia del híbrido se escribía en los libros de contabilidad.
 
Mientras el condensador concentra toda su capacidad de transformación sobre los integrantes de una comunidad cerrada –los habitantes de la vivienda comunal, los miembros de club, los trabajadores de una fábrica– el híbrido se abre a la ciudad y favorece el contacto entre desconocidos, intensifica el uso del suelo, densificando a la vez las relaciones, y deja margen para la indeterminación, frente al control que impone el condensador. En cuanto a las relaciones, en el híbrido se establecen fuera del espacio doméstico, mientras que en el condensador se adentran en la esfera de lo privado y llegan hasta la puerta del dormitorio.

En el condesador, la visión maquinista de la vivienda invitaba a separar las funciones como quien separa los procesos productivos. Y de la misma manera que los procesos productivos se abaratan ajustando al máximo el espacio, también la sistematización y compactación de las funciones vitales revierten en un ahorro para el promotor, en este caso el Estado.
La peculiaridad programática de estos prototipos –capaces de alojar a más de 1.000 habitantes–, se despliega en planta y sección con la variedad de una pequeña ciudad. Pueden encontrarse las mismas funciones que en un híbrido, sobre todo en las Unités y sus descendientes, en las que se insertan comercios e incluso oficinas en la denominada calle interior. Sin embargo la diferencia estriba en que todas las funciones están pensadas, no para crear intensidad y vitalidad en la ciudad, no para atraer flujos de usuarios externos, ni tampoco para favorecer la mezcla ni la indeterminación, sino para conseguir un edificio autosuficiente y “completo” que pueda aislarse de la ciudad convencional.

Sin embargo, estas dos visiones del mundo, representadas en sendos modelos antagónicos, el hijo de la ideología frente el hijo del dinero, han seguido reencarnándose, con mayor o menor intensidad hasta nuestros días. En el curso de los últimos 80 años los condensadores han sufrido algunas derrotas, la mayoría debidas a su deseo de programar y enclaustrar la vida de sus usuarios –los casos de Corviale o Park Hill han sido los más dolorosos para los defensores del modelo. Mientras, los híbridos han tenido una época de mutación en manzana híbrida, para atraer la inversión y facilitar la gestión, con resultados como el Barbican o Ihme Zentrum.

park hill
barbican
En los últimos años, el balance de modelos a seguir parecía favorecer al híbrido. Después del repunte teórico de los ochenta, del que han quedado ejemplos en la obra de Steven Holl y de Ábalos & Herreros, entre otros autores, reapareció a principios del siglo XXI, de nuevo como el salvador de las ciudades americanas, a través de proyectos como el Museum Plaza. Desprovisto de carga ideológica y dotado de una gran versatilidad, el híbrido está encontrando también su lugar en Europa, por no hablar de Asia, donde la mezcla de usos ha sido consustancial al desarrollo de sus ciudades.

Extraido del artículo "Hybrid versus Social Condenser"
Aurora Fernández Per

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